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Un día, una bomba

Experiencias

Mariano Valcárcel González
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Le pareció eterna la tarde hasta que marchó a la mercería. Se había arreglado algo más, ante la extrañeza de la madre, y pensaba aprovecharse de las artes de Luisa en su mejora. A ello se dedicaron antes de salir a la calle.

Ya las luces indicaban que la tarde declinaba sin remedio y los fluorescentes crepitaban iniciando sus mágicos códigos de seducción cuando en primer lugar marcharon hacia los grandes almacenes que serían el objeto del trabajo de Rafaela. Estaban cerrados pero sus enormes escaparates lucían radiantes los múltiples productos y artículos que en su interior contenían. Rafaela era presa de una gran excitación. Se embelesaba observándolos e hizo que su amiga le acompañara muy cogida del brazo a todo lo largo de las vidrieras, varias veces. En su inocencia no sabía que estaba observando y admirando lo que la rutina del futuro diario le llegaría a convertir en odioso.

Luego, saciada su curiosidad, llegaron a una cafetería-bar, limpia y lujosa, donde según Luisa servían unos combinados buenísimos. Lo de «combinados» no llegaba a entenderlo Rafaela hasta que vio ciertos licores mezclados o algo parecido a los Martinis que servían en las películas.

Tenía el bar una luz suave y acogedora, indirecta, y solo la barra poseía unos neones fuertes. Los veladores se distribuían en dos zonas de nivel, una separada de la otra por una barandilla cromada, sin agobiarse; varios de ellos ocupaban los frentes de las amplias ventanas, protegidas con celosías curiosamente extravagantes.

Las chicas ocuparon una de esas mesas.

Luisa, que dirigía la tarde, encargó dos bebidas que Rafaela no entendió. El camarero pulcramente vestido y muy profesional en sus gestos volvió con dos grandes copas de peana fina y alargada en las que brillaba un líquido rojizo a veces, a veces mas espeso y rosáceo, con el borde escarchado en el que se mantenía encajada una rodaja de naranja. Una pajita completaba este bodegón. Entre chanzas Luisa le indicó que la probase, sin quererle explicar lo que era o los ingredientes que la mezcla contenía; tenía una expresión picaresca mientras esperaba la reacción. Rafaela se llevó la copa a los labios con mucha precaución. Y tomó un sorbito. Su cara pasó del asombro a la aprobación incluyendo un leve mohín de regusto contrastado. Le subió un rubor intenso y los ojos adquirieron un brillo transparentemente cristalino; los abría y cerraba sin pronunciar palabra.

—¿A que está bueno, eh?

—¡Huy chica, qué cosa más rica!

—Para que te vayas acostumbrando a lo que te espera y veas lo que te has perdido hasta ahora.

—Pero todos los días no puede estar una así, ¡hala! de copas en los bares, sin hacer nada de nada más que lucir el tipo...

—No claro que no, ¿es que yo estoy siempre así?, ¿no trabajo?, pero ya podrás con tu dinero y las relaciones que tengas variar y mejorar tu vida; si no te relacionas nunca saldrás del agujero.

Tomaban de sus combinados con parsimonia, mientras charlaban de lo venidero. La conversación, en principio inocua, subía algo de tono al igual que iba subiendo el efecto de la bebida. Criticaban los modelos que algunas clientes llevaban, no por los diseños sino supuestamente por lo mal que les caían. Y se imaginaban una a otra con este o aquel traje de chaqueta, con la falda evasé o el pantalón de cóctel que admiraban. Y no dejaban de tener su razón.

Una sombra las cubrió.

Sobresaltadas reconocieron en el hombre que se inclinaba sobre ellas a Juan de Dios. Con un «¡Hola!» ligero hizo un ademán interrogativo sobre la oportunidad de sentarse allí, a lo que las otras accedieron resignadamente. El camarero recibió el encargo de servir un buen whisky, de marca.

Se interesó por la causa de la presencia de las chicas en el lugar, sin dar explicaciones de la suya y manifestó su alegría al saberla.

Se deshacía en elogios por la decisión tomada y aseguraba a Rafaela las mayores oportunidades; él mismo se encargó de describirle la situación interna del trabajo, horarios, relaciones entra los diferentes sectores y niveles como si realmente hubiese estado dentro. Decía que se lo había contado un amigo que tenía allí, para no dejar entrever que sabía más de esos asuntos por las mujeres que había tratado que por los hombres. Su mujer trabajaba en lo mismo.

Rafaela notaba su cabeza algo embotada, como rodeada de una atmósfera pesada en la que se hacían más nítidos ciertos sonidos, pero a su vez las luces se iban apagando progresivamente. Se sentía tonta y una risa nerviosa la sacudía de vez en cuando muy a su pesar. El humo de los cigarrillos contribuía a agravar este estado.

No quiso el hombre que pagasen las consumiciones; con gesto de dominio las abonó al camarero haciendo ostensible que dejaba propina.

Ni el aire fresco del exterior conseguía despejar la mente de Rafaela. Luisi empezó a preocuparse ante los síntomas de su amiga y pensó si no se habría equivocado; la agarró con fuerza por el brazo aprovechando para hacer lo mismo el otro y así entre los dos la llevaban en volandas mientras barboteaba entre risitas. Decidieron recurrir a un taxi, dado lo avanzado de la hora y lo que la prudencia aconsejaba.

Se instalaron los tres en el asiento trasero. Si la lujuria se midiese, en esos momentos el varón era un pleno total de ansias. Suavemente, apenas perceptiblemente, Juan de Dios satisfacía su deseo de explorar a la muchacha con tacto y sin encender las alarmas de ella, bien es verdad que andaban bastante insensibles; pero él no quería correr el riego de alertar también a la amiga, a la que convenía tener de aliada más o menos consciente. Charlaba con Luisa contándole el caso pasado con el hermano justificando así que no sería conveniente aparecer otra vez en circunstancias semejante ahora con la hija... ¡Sería el colmo!

Luisa por su parte ya había tomado una decisión. Cerca de la entrada del barrio se apeó el hombre prometiendo volver a pasar otra tarde con ellas. Prosiguieron hasta la casa de la familia de Luisa. Era una casa de dos plantas hecha ladrillo a ladrillo por su padre, sin autorizaciones ni licencias de ningún tipo, como todas las de la calle. En los dormitorios de arriba tenía Luisa el suyo. Allí llevó a Rafaela luego que saludaron lo más rápidamente posible a la madre y tras explicar una mentira algo rebuscada para justificar la presencia de la otra. La mujer aparentó creérselo. Y Luisa mandó a su hermano a la otra casa con un tranquilizador mensaje.

Subió dos cafés para aliviar los efectos del alcohol. Y así, tomándoselo sorbito a sorbito, cada una sentada en el borde de la cama charlaron un buen rato. A Rafaela le agradaba estar allí. Se sentía a gusto.

La cama, tipo camera, adosada a la pared empapelada con marcas de humedad, tenía un colchón de lana ya muy dura y apelmazada; una ligerísima colcha cubría las sábanas. Sobre el cabezal había —suspendido— un Sagrado Corazón en una pequeña repisa. Un desvencijado peinador con espejo oxidado ocupaba la pared de la puerta.

Luisa la cerró dejando los vasos sobre el mueble. Frente a éste se soltó el pelo con naturalidad y con naturalidad se fue despojando de sus ropas hasta quedar en combinación, mientras charlaba. Al volverse observó que la otra estaba como la había dejado, sentada al borde de la cama, sin hacer ademanes de desvestirse o acostarse; en tono pretendidamente desenfadado la incitó a seguir su ejemplo. A la confusión anterior, producto del alcohol, sucedió una nueva confusión, descolocándola. No sabía ciertamente qué hacer o si lo que haría sería correcto. Aumentaba este caos la fuerte sensación de miedo, peligro y la certeza sobre lo que sobrevendría. Y no reaccionaba, pues sabía que su amiga Luisa no la había llevado allí gratuitamente.

Aparentando torpeza retrasaba la operación mientras observaba cómo la otra ya se había deshecho de los zapatos y medias, luego del sujetador y finalmente de las bragas (por debajo de la combinación). Inocentemente le explicó que ella dormía siempre así. Pero Rafaela llevaba una sobrefalda de tela y una camisilla que la avergonzaban; pidió que apagase la luz en tal tono que Luisa, comprendiendo el motivo, no la quiso contrariar. Se metió finalmente en el estrecho lecho.

¡Qué turbios caminos nos han llevado a la mayoría de los españoles a encontrarnos por primera vez con el sexo!

Insospechadas vivencias, muy profundas y recónditas, hundidas en los recuerdos olvidables, perentoriamente borrados de sus realidades realizadas. Miserias que no lo serían si nuestra actitud hubiese sido más sencilla, natural y positiva. Traumas que no existirían si de una educación sexual sana se hubiese hecho bandera. Pero ello es y seguirá siendo una utopía en nuestro país donde las fuerzas pacatas y oscurantistas, donde la apariencia puja sobre la realidad del ser y de sus libres opciones y existencias. Fluye el oscuro pozo del pecado porque es más atrayente así, oscuro, que en límpido manantial claro y saludable.

Rafaela se inició esa noche en el verdadero lenguaje de los sentidos.

Aprendió de la existencia de todo su cuerpo, sus más gratificantes respuestas, sus inacabables placeres. Y en el torbellino del sexo se arrastró hasta saciarse saciando a su vez las exigencias que su amiga le requería. Y murió una y otra vez en los labios, con los labios, en los muslos, con los muslos, en sus senos y en los de la compañera. Y no tenía sentido del tiempo.

Les amaneció enlazadas, cálidas, desnudas. Se sonrieron.

De vuelta a casa Rafaela solo pensaba en lo sucedido descubriendo para su asombro que no se arrepentía de lo hecho. No se preocupaba de lo que tendría que decir, al fin y al cabo la discusión estaba servida cuando comunicara el asunto del trabajo.

Fue lo primero que dijo a la madre. Y que por dicha causa se le hizo tarde y decidió quedarse en la otra casa. La mujer oponía una débil resistencia a lo del empleo, por causa de que le era muy necesaria en el hogar, aunque al mismo tiempo si el hermano entraba en quintas... El asunto económico tenía su peso decisivo por encima de otros prejuicios; surgía el oscuro espíritu campesino, explotador y materialista. Una boca más que aportaba y otra que menos gastaba; bueno seria pues.

Rafael mostró su contento y aprovechó para beber vino en la comida. Desde ahora en adelante se podría comprar vino a diario. Todo un avance. Hubo júbilo en el tugurio.

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Copyright ©Mariano Valcárcel González, 2010
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Fecha de publicaciónNoviembre 2011
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