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El Imperio de las Cotorritas

Fernando Sorrentino
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La gente suele llamar «cotorritas» a esos pequeños homópteros verdes, del todo inofensivos y cuya vida es brevísima, que, en las noches estivales, giran en torno de las lámparas encendidas. Ninguna idea inteligente parece regir sus movimientos. Carentes de la aguda vista y de la rapidez de reacción que poseen las moscas, resulta muy fácil darles muerte, estrujándolas entre el índice y el pulgar. Incapaces, a diferencia de los mosquitos, de picar, son, en cambio, un suplicio para quien lee o come. Se lanzan ciegamente contra el rostro o los ojos; se ahogan en nuestro plato de sopa; borronean nuestras escrituras. Al tiempo que apartamos cinco o seis cotorritas que caminan por nuestro tenedor, otras diez o doce se nos meten en las orejas y en las narices.

¿Por qué serán tan torpes, tan imbéciles, las cotorritas? Su conducta es la menos sensata de la de todos los seres vivientes, y yerran quienes creen que el mismo fenómeno se manifiesta en todas las especies de insectos. Por ejemplo, un hombre puede mantener con una cucaracha una relación, si no amistosa, sí lógica: el hombre intentará matar a la cucaracha, y ésta procurará huir y ocultarse. Con las cotorritas, ello no es posible: nadie sabe nunca qué hacen, para qué ni por qué lo hacen.

«Pero —se pregunta el doctor Ludwig Boitus en uno de sus últimos estudios—, la conducta de las cotorritas, ¿es realmente tan desatinada? Partamos de la base de que todos los seres vivientes conducen sus acciones hacia la preservación de su especie. ¿Por qué habrían de ser las cotorritas una excepción a esa regla sólidamente comprobada? [...] El investigador moderno —agrega— no puede limitarse a afirmar que los actos de las cotorritas son gratuitos y carentes de sentido. Debe, por el contrario, esforzarse para encontrar el verdadero sentido de esa conducta en apariencia absurda o ilógica. Nosotros vemos sólo una forma exterior en el comportamiento de las cotorritas; debemos ahora encontrar la razón de ser de esa forma.»*

El doctor Boitus señala dos hechos que han pasado, en general, inadvertidos: últimamente las cotorritas giran menos en torno de las lámparas que alrededor de las cabezas de los hombres; su número es cada vez mayor. Luego subraya que, si bien las cotorritas parecen carecer de la mínima arma ofensiva o defensiva, unas quinientas o un millar de ellas, acosando de continuo, incesantemente, a un hombre —metiéndose en sus orejas, en sus ojos, caminando por su cuello, introduciéndose bajo sus uñas, no permitiéndole hablar, impidiéndole comer en paz, no dejándolo meditar, leer, escribir, dormir—, pueden llevarlo —y, de hecho, lo llevan— a un estado de total enajenación. Llega el instante en que, no las cotorritas, sino el hombre, ya no sabe qué hace, para qué ni por qué lo hace: el instante en que ya no sabe ni siquiera quién es. Y es en este momento, en que el hombre pierde conciencia de sí, cuando se resigna inexorablemente a que las cotorritas lo rodeen y lo dominen. Más aún, ya no podría vivir sin las cotorritas, sin sentirlas dentro de sus orejas, de sus ojos, de su boca. Se ha producido ese fenómeno que «en el campo de la drogadicción se conoce como dependencia. Y ésta —continúa Boitus— es la verdadera razón de ser de las cotorritas, la razón latente bajo aquella conducta en apariencia desatinada e ilógica.»

Las cotorritas van, implacablemente, expandiendo su imperio. Hasta la fecha, se han apoderado de todos los países civilizados, y su dominio es más intenso en las naciones de tecnología más avanzada. Donde haya una lámpara eléctrica, allí gobiernan las cotorritas.

Precisamente, un mapamundi que ilustra el artículo muestra cuán pocos son los países aún libres del Imperio de las Cotorritas. Sin embargo, creemos que la inclusión del mapa es falaz, ya que no se trata de un imperio político. Las cotorritas sólo imperan sobre las mentes; cuando éstas se han «cotorrizado» —para emplear el neologismo creado por Boitus—, cotorrizan entonces a los cuerpos, que efectúan, en consecuencia, acciones esencialmente cotorríticas. Y concluye el doctor Boitus: «Hasta ahora, están casi libres de las cotorritas sólo las comunidades primitivas y los países más pobres, donde aún no se han desarrollado de manera eficaz los medios de comunicación masiva.»

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Copyright ©Fernando Sorrentino, 1976
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Fecha de publicaciónNoviembre 2003
Colección RSSComplicidades
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