https://www.badosa.com
Publicado en Badosa.com
Portada Biblioteca Novelas Narrativas globales
9/16
AnteriorÍndiceSiguiente

Ella sólo quería estar desnuda

Capítulo IX

Julia

Andrés Urrutia
Tamaño de texto más pequeñoTamaño de texto normalTamaño de texto más grande Añadir a mi biblioteca epub mobi Permalink Ebook MapaMontevideo, Prado

Hernán vuelve durante los días siguientes y en más de una oportunidad al escrito de Mara. Cada vez que lo hace la sola lectura le provoca una erección. Cuando cuadra la descarga luego en su esposa sin decir palabra. En una ocasión, luego de leer a escondidas y en el baño las primeras páginas del cuaderno, va a la cama con Julia y después de algún rodeo le propone azotarla. Ella lo considera denigrante. Es sólo un juego, dice él. El argumento no la convence, se frustra todo juego amoroso y él termina la noche en el porche bebiendo whisky.

Continúa intentando practicar con su esposa alguno de los más inocentes juegos que la pluma de Mara había revivido y que estaban aletargados en su memoria. A ella le parece pueril estar desnuda y sentada a la mesa mientras él cena vestido. Le produce asco el solo pensar en que orinen sobre su cuerpo y estalla en risas ante la sola posibilidad de ser atada a la cama para hacer el amor. Me gusta tener las manos libres para abrazarte, dice, y mantiene su negativa a cualquier propuesta.

Y éste es un buen momento para describir a Julia. No podemos decir que sea la antítesis de Mara porque ello sería demasiado obvio y una burda simplificación de los caracteres de ambas. Tampoco podemos definirla en función de una supuesta anormalidad de Mara porque qué es la normalidad sino la costumbre de quien la designa. Para comprender a Julia debemos decir que ella idolatra la durabilidad. Sus besos duran, sus abrazos son largos y demoran sus orgasmos. De la misma manera puede uno estar seguro de que dura su amor. Pareciera que dura de esa manera porque lo administra para que se extienda, para que vaya cubriendo los días, y no lo abreva en el primer trago. Y así, entendemos que dura porque hace caso omiso a la pasión, la sabe vivir pero no la necesita para seguir amando cuando desaparece. Sabe en definitiva que es propia de un momento. Percibimos entonces que su amor no dura de la misma manera que el amor de Mara. Uno subsiste en tanto se lo alimente y el otro sobrevive si se lo somete a las condiciones más extremas.

Pero por su manera de durar el amor de Julia pesa. Y Julia no sabe que su amor pesa porque cree que su durabilidad lo defiende de modo casi permanente. Y Hernán empieza a sentir ahora que pesa, y no lo sabía antes porque en ese entonces buscaba esa durabilidad sin conocer que los amores pueden durar de distinta forma.

Con esto queremos explicar que Julia no tiene ninguna culpa si su amor pesa y tampoco la tiene Hernán por sentir pesado el amor de Julia. Del mismo modo, tampoco la tiene Mara por responder a su condición. Mara no puede escapar de ésta como Julia no puede elegir de qué manera durará su amor.

Para Hernán esas diferencias se condensan esquemáticamente en pocos símbolos. Desnudarse es para Julia una natural consecuencia de la costumbre. Julia se desnuda ante él porque se siente confiada y segura. Para Mara en cambio el desnudarse es la más pura expresión de su condición. Mara se desnuda para sentirse inerme ante su espectador sin importarle el tiempo, la confianza o la seguridad. Lo hace sólo si se lo ordenan, y si quien se lo ordena es un desconocido, tanto más crece su excitación. Ésa es su más íntima fantasía. Porque para ella eso es sentirse inerme y sentirse inerme es para ella el principal objeto de su desnudez. Para ambas desnudarse es entonces un acto de amor que viven de distinta manera.

Julia nunca fue abandonada pero hay que estar seguro de que superará el abandono mitigando el amor. Lo sufrirá pero difícilmente perdone si ese abandono estuvo precedido del engaño. Ya explicó Mara lo que para ella significa el abandono y como lo vive a través de esa suerte de desarreglo erótico que padece el que no es otra cosa que no ponerle palabras al sexo.

Para Hernán cotejar a Julia con Mara es un ejercicio que le empieza a resultar doloroso, y advierte así que la situación que vive, lejos de entretenerle, se está convirtiendo en un dilema. No sabe qué pensar del tortuoso mecanismo ideado por Mara y ejecutado por Aurora para hacerle llegar esa especie de relatorio de su relación. Éste puede esconder el inicio de alguna venganza o una estudiada manera de volver a atraerlo. Tampoco se le oculta que existe la posibilidad de que la segunda hipótesis fuera un singular modo de ejecutar la primera. Pero ve que su dilema consiste en que piensa no porque le entretiene el juego de Mara sino porque éste hace que la recuerde, y si la recuerda es porque le importa. Podría seguir el juego y reírse de él y de sí mismo pero sigue el juego sin reírse. Y se da cuenta de que seguir el juego —si es que todo esto se trata de tal cosa— lo pone frente al dilema de Julia y Mara. Por supuesto que sabe que puede tener a ambas, pero de igual manera sabe que sólo puede tenerlas en tanto Julia lo ignore. Ése es un factor que lo vuelca a favor de Mara pero a la vez se pregunta si es capaz de abandonar a Julia.

Pasada una semana de su segunda cita con Aurora Hernán comienza a decirse que ella ha incumplido su promesa y se propone volver a llamarla. Sin embargo, ella se le adelanta, se comunica con él a la policlínica y lo cita en la misma confitería de la capital. Parca como siempre le dice casi antes de que él se siente: tengo otro envío de Mara, en él te explicará todo. He asumido este papel de correo sin saber muy bien por qué. Hay sólo una condición. Sabes bien que ella continúa internada. Su habitación en la clínica tiene un ventanal que da a la calle y desde el cual se ve claramente un bar que hay en la esquina. Es el único bar, así que no tienes forma de confundirte. Me dio este sobre para ti, pero también me pidió que sólo te lo diera si prometes que de aquí irás a ese café y te sentarás en alguna mesa pegada a alguna de sus ventanas a leerlo. Mara quiere verte, pero por ahora le prohíben recibir otras visitas que no sea su familia.

Es en ese momento que la sospecha de Hernán de estar sumergido en un nuevo juego se convierte en certeza. Inmediatamente Aurora le muestra un sobre. Esta vez parece no tratarse de un cuaderno sino de una simple carta. Ello lo alienta porque presiente que se trata de las explicaciones que ha pedido.

Hernán acepta, paga las consumiciones, toma el sobre y se va. Rápidamente llega al lugar pactado. Ansioso, está tentado de pedir un whisky, pero la hora, las tres y media de la tarde, lo inhibe y se conforma entonces con un café. Desde su mesa se ve la clínica donde está Mara. Es un edificio gris y vetusto con un imponente jardín a su frente y una gran verja negra que interrumpe un muro de cemento que hace juego con las paredes del edificio. El mismo está surcado por tres hileras de ventanas. Por más que se esfuerza no ve a nadie oteando a través de ellas y decide entonces abrir el sobre y leer el mensaje.

Mi muy querido Hernán:

Estoy segura de que lo que hasta ahora has leído te es familiar, como igualmente lo estoy de que no lo será tanto lo que a continuación te diré.

Ha pasado ya más de un año largo desde que me liberaste. Debes saber que dediqué todo ese tiempo a perfeccionar mi mente. He acabado por aceptar mi monstruosidad, al punto de considerarme hoy una pequeña abominación de la psicología. Por una especie de azar genético nací especialmente dotada para la servidumbre y la humillación, y tuve la desdicha de dar contigo. Aunque como la felicidad nunca es completa tu tarea quedó a mitad de camino.

Mi extraña química mental me condujo durante tu ausencia a imaginar los dolores que hubiera querido me causaras y que jamás entreviste. Verás que éste también es un interesante catálogo que supera largamente nuestra inofensiva historia.

Te he dicho ya que por lo menos una vez debiste haber tomado otra mujer en mi presencia, sobre todo en los primeros tiempos en que los celos tanto me atormentaban. Ah, que innombrable placer hubiera sido experimentar el dolor de verte gozar con otra. Estoy completamente segura de que aunque tu cuerpo hubiera estado sobre ella la atención de tu mente se habría centrado en mí.

Otro de tus errores fue el suponer que mi condición sólo te otorgaba la potestad de usarme o dejar de hacerlo, pero olvidaste que todo derecho de uso, además de esas dos opciones, tiene como atributo el de compartir. Nunca lo ejercitaste cediéndome a algún amigo tuyo, y no creas que me hubiera complacido en ello por mera promiscuidad. Muy lejos de tan primitiva sensación, mi placer hubiera estado en sólo complacer tu capricho.

Apuesto a que en este mismo momento estas padeciendo una erección, una de las tantas que te habré provocado estos días.

Debes saber que mi imaginación es mucho más fecunda que la tuya. Podría haberme esclavizado no sólo a ti sino a tu novel matrimonio, y de haberme llamado os hubiera ayudado en vuestros juegos amorosos. ¿Lo aceptaría Julia? ¡Qué notable experiencia para mi abominable psique la de servir a dos amos! Pero desearía explayarme un poco más en esta fantasía. Más de una vez he imaginado que me asignaban un dormitorio en vuestro hogar común, algo pequeño y oscuro, con mucha similitud a una celda. Desde él, os escuchaba gemir durante los placeres nupciales. Pero también he imaginado que cuando ambos se hastían de esa periódica y limitada mutación de posiciones, cuando ella se sacia de estar arriba y tú de voltearla para hacerlo a la inversa, y sólo queda la reiteración, me llaman y yo acudo. Soy entonces fuente de diversidad para vosotros. Y de ese modo, luego de serviros, me despedís nuevamente a mi cuarto. Sospecho empero que sólo a ti y a mí nos agradaría esa posibilidad y que su sola mención espantaría a tu pobre esposa. No obstante quizás me equivoque, y a tal punto verás que he asumido mi condición, que puedes tomar mi eventual incorporación a vuestra vida conyugal como una franca y leal propuesta.

Te confesaré que también me han asaltado otros pensamientos, y éstos sí que me hicieron temer por mi propia razón. Pero, como según te he dicho terminé por admitir mi singularidad, me atrevo a contártelos. Verás, he llegado a imaginar cuál es el límite de la esclavitud, cuál podría ser el mayor acto de sometimiento para alguien como yo. Y he razonado que sólo se esclaviza íntegramente quien, a la sola voluntad del amo, acepta renunciar y negar el más estrecho y sagrado de los vínculos. La completa posesión existe en el lugar y momento en que dejas que tu carcelero arranque el hijo que llevas en tu vientre. Querido Hernán, te faltó preñarme y decidir mi aborto. Hecho por otra parte extremadamente común. Tú sabes cuántas mujeres matan a sus hijos por conservar al hombre que los engendró. Lo verdaderamente curioso es que la mayoría de esas mujeres, soportando la última de las sumisiones, no tolerarían ni la mitad de las humillaciones por las que yo he pasado.

Te imaginarás que si hubieras llegado a ello tampoco te habría abandonado. Es más, en varias ocasiones he soñado estar sedada en una clínica oculta y sucia, he sentido el desgarro en mis entrañas y la certeza de que ello en modo alguno mitigaría mi devoción hacia ti.

Ya sabes ahora embebida en qué tipo de pensamientos fui sobrellevando mi libertad, cual si fuera el preso del que te he hablado, cuyo día transcurre ideando un delito para retornar al presidio.

Pero ¿cuál sería mi delito? Obviamente que mi condición requería de algo más complejo que robar en un supermercado o tirar una piedra a los vidrios de un automóvil. Ojalá hubiera sido tan sencillo. Por supuesto que existía la alternativa de adaptarme a mi libertad, o incluso, amarrarme a otros hombres. No lo hice y renuncio a buscar otra explicación para ello que no sea atribuirlo a la extraña química que te he mencionado.

Supongo que ya te has dado cuenta de que estas notas que te hago llegar, Aurora mediante, son parte de mi plan. Estoy segura de que al leer la primera ya percibiste que no se trataban de un simple diario. Sin embargo a veces pienso que hubiera sido rigurosamente lógico que te enviara mi diario, si es que alguna vez hubiera llevado uno, claro está. ¿Acaso no se compadecería con mi pasión por la desnudez? Desvestir mi cuerpo y mi mente, sin escondite alguno, y abandonar así el último de los derechos: mi mínimo espacio de privacidad.

Pero como nunca he llevado un diario, para renunciar a ese último derecho, a ese último atisbo de dignidad, debí escribir deprisa. Reconozco que es, en un aspecto, una nueva y singular forma de exponerme. Como últimamente no he podido servir tu mesa desnuda he ideado este peculiar sustituto. Siendo parte del plan que te he descubierto, no puedo ocultarte que estos envíos me provocan también un placer por sí mismos.

Tampoco se te oculta que he contado con la complicidad de Aurora. Y no sólo por acceder a hacer de correo entre tú y yo. Sabes ya que mi hermana mayor experimenta una rara dependencia hacia mí. De niñas, era yo quien elegía los juegos y designaba su posición en ellos. En la adolescencia fui su confidente y ahora se ha convertido en una especie de admiradora. Pienso que su extrema fealdad ha contribuido en no poco grado a forjar esa relación. No fue entonces difícil convencerla de colaborar con mis planes. Ya te he dicho que sólo ha vivido a través de mí; sus pequeñas y contadas alegrías se originaron en las mías y por cierto que también mis dolores eran fuente de los suyos. A propósito, ¿sabes que es virgen? Y lo es porque nadie se le ha animado. No tiene entonces otra cosa mejor que hacer que cooperar conmigo.

No obstante, aquí me detendré porque deseo verte mañana nuevamente, ocasión en que aprovecharé para contarte, ahora sí, en qué consiste el plan del que te he hablado.


Siempre tuya,        
Mara

Hernán mira inmediatamente hacia la clínica tratando de encontrar a Mara detrás de alguna de las simétricas ventanas. No ve nada. Ni un solo movimiento, ni un cerrarse ni un abrirse. El edificio parece muerto pues nadie entra ni sale. Hernán no la ve pero sabe que está ahí, la adivina y siente el impulso de ir hacia ella, atravesar la gran verja negra que oficia de pórtico y anunciarse en recepción, pero lo domina. Ya no tiene ninguna duda de que está jugando a un nuevo juego y que seguirán los envíos, con toda seguridad a través de Aurora. Decide entonces esperar su llamada, seguramente a la primera hora del día siguiente a la policlínica, pues aún tiene en su cabeza que Mara quiere verlo mañana.

No puede, sin embargo, evitar caminar unas cuadras en círculo para volver a pasar frente a la clínica tratando de adivinar su presencia tras la uniforme hilera de ventanas, pero el edificio continúa tan silencioso y quieto como antes.

Hernán se descubre entonces pendiente de alguien oculto tras una celosía. Pasa una segunda vez y se va con el convencimiento de volver.

9/16
AnteriorÍndiceSiguiente
Tabla de información relacionada
Copyright ©Andrés Urrutia, 1999
Por el mismo autor RSS
Fecha de publicaciónSeptiembre 2001
Colección RSSNarrativas globales
Permalinkhttps://badosa.com/n114-09
Opiniones de los lectores RSS
Su opinión
Cómo ilustrar esta obra

Además de opinar sobre esta obra, también puede incorporar una fotografía (o más de una) a esta página en tres sencillos pasos:

  1. Busque una fotografía relacionada con este texto en Flickr y allí agregue la siguiente etiqueta: (etiqueta de máquina)

    Para poder asociar etiquetas a fotografías es preciso que sea miembro de Flickr (no se preocupe, el servicio básico es gratuito).

    Le recomendamos que elija fotografías tomadas por usted o del Patrimonio público. En el caso de otras fotografías, es posible que sean precisos privilegios especiales para poder etiquetarlas. Por favor, si la fotografía no es suya ni pertenece al Patrimonio público, pida permiso al autor o compruebe que la licencia autoriza este uso.

  2. Una vez haya etiquetado en Flickr la fotografía de su elección, compruebe que la nueva etiqueta está públicamente disponible (puede tardar unos minutos) presionando el siguiente enlace hasta que aparezca su fotografía: mostrar fotografías ...

  3. Una vez se muestre su fotografía, ya puede incorporarla a esta página:

Aunque en Badosa.com no aparece la identidad de las personas que han incorporado fotografías, la ilustración de obras no es anónima (las etiquetas están asociadas al usuario de Flickr que las agregó). Badosa.com se reserva el derecho de eliminar aquellas fotografías que considere inapropiadas. Si detecta una fotografía que no ilustra adecuadamente la obra o cuya licencia no permite este uso, hágasnoslo saber.

Si (por ejemplo, probando el servicio) ha añadido una fotografía que en realidad no está relacionada con esta obra, puede eliminarla borrando en Flickr la etiqueta que añadió (paso 1). Verifique que esa eliminación ya es pública (paso 2) y luego pulse el botón del paso 3 para actualizar esta página.

Badosa.com muestra un máximo de 10 fotografías por obra.

Badosa.com Concepción, diseño y desarrollo: Xavier Badosa (1995–2018)